El último documental

No habíamos visto Pina. Vimos el trailer y encontramos la mezcla de su amor por la danza y el mío por la imagen. Ambos, amores meramente empíricos pero estrechamente arraigados a lo más profundo de los dos. Entonces nos dimos a la tarea.

Hermoso. Sencillamente hermoso. Viví un crescendo sensible e infatigable que, por unos buenos minutos, pensé duraría hasta el final. No fue así: encontró su punto más alto cuando empecé a tararear unas cuerdas frotadas que sabía me encantaban, pero no podía ubicar. Entonces apareció su voz: la del maestro Simón Díaz.

Cuando compuso Luna de Margarita, cuenta el enorme Simón, era el día anterior al 25 de febrero, fecha de su aniversario, y él no tenía nada para regalarle a su esposa. “Ella estaba en estado, tendría 8 meses y yo limpio. Ah, estábamos en una playa en Margarita, en esa bahía linda de Juan Griego y se retrataba una preciosa luna inmensa en el agua. Yo recostaba mi cabeza en mi almohada de esperanza, que era la barriga de mi mujer, viendo la luna y recordando que estaba más limpio que nalga’e muchacho chiquito. Y entonces ,a cuenta de poeta, le di el regalo más bello y caro que jamás hombre alguno ha regalado: le regalé, pues, a mi mujer, en una canción, el Mar de las Antillas. Ni es colombiano, ni es venezolano; el Mar de las Antillas es de mi mujer”.

No esperaba que la sombra que arrojaba con desespero el hombre que bailaba esas cuerdas se fuera a mover con la voz y el cuatro de Díaz, ni mucho menos que su salto a los brazos de André inundara mis ojos de emoción.

Así como tampoco esperaba que ése, el más sublime que he visto hasta hoy, fuera nuestro último documental.

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